Sabor a despedida

Muchas veces en la vida toca despedirse. Despedidas de diversos tipos por distintas causas. Despedidas de amigos, de mejores amigos, familiares, incluso de sueños. Pero también despedidas de una ciudad, de un cofre de recuerdos y momentos dentro del cual vivirías para siempre. Un chico con una gran maleta esperando a tu salida del ascensor, cinco niños y una joven pareja yendo de un lado al otro de la piscina, una terraza en un quinto piso con sombras descamisadas provistas de buenas risas y una sabrosa cena.

Y mientras tanto, tú te alejas kilómetro a kilómetro de ese lugar de donde no querrías nunca salir, de donde, a pesar de haberse pasado lentamente los días has disfrutado no pensando en nada, doblegándote a su arena, paseos, fiesta, personas…Donde sentarte en un sillón en la terraza mirando el cielo estrellado escuchando el sonido del mar en plena madrugada antes de dormir era el plan más placentero del mundo.

Jamás había sentido esa sensación por un lugar, siendo además un lugar al que llevo yendo más de diez años. Quizás este año ha sido más que necesario desconectar y mi cerebro me lo ha agradecido. Ya en casa, solo queda dormir, ponerse al día con los amigos y preparar la boda del sábado mientras añoras aquello que fue. Con suerte no tengo de qué quejarme y volveré unos días durante el mes de Septiembre antes de comenzar de nuevo la batalla por convertirse en médico. Pero antes toca la boda, la fiesta sorpresa de la amiga que se va de Erasmus que os comenté, la matrícula de cuarto, el repaso de las asignaturas de este año. La vida sigue.

Pero por lo menos me he llevado un parasol bien chulo de la gasolinera a la que hemos parado a repostar =D.

P.D. Con todo el respeto del mundo hacia todos que no han tenido o no tienen vacaciones, les toca currar o estudiar para Septiembre. Mucho ánimo.

P.D.2. Ya os lo acabo de decir en el post anterior, pero gracias por todos los comentarios de felicitación :). Sois geniales.